"Es la noche del 28 de diciembre; suena el teléfono y respondo.
Miro la hora: las 11 y media. Mi hermano Marcelo me habla desde la ruta.
–¿Te acordás del 31 de mayo del '98, cuando te dediqué el campeonato de Vélez en Fútbol de Primera?
Me descerraja a boca de jarro… Cómo no me voy a acordar…
–Bueno –continúa, inexorable–, creo que no debí haberlo hecho.
Por una décima de segundo me estremezco. Lo imagino irrumpiendo en Fútbol de Primera a paso redoblado, dispuesto a enmendar la injusticia retirándome el homenaje; involuntariamente, aprieto el puño como atrapando un talismán…
–Tengo tres razones –se explica.
La primera, es que uno no debería disponer de la totalidad de lo que sólo es parcialmente propio. Aquella noche, campeones habíamos salido todos, los jugadores y yo, de manera tal que al haber estado ausente del programa el plantel completo, yo no debí apropiarme de ninguna manera de lo que no era mío...
La segunda razón, es que si una dedicatoria contiene un sentido eminentemente personal, ya que uno expresa un sentimiento íntimo, de dicho modo debería hacérsela llegar al destinatario, y no por televisión...
En tercer lugar – cierra–, uno no debe dar al periodismo una herramienta tan poderosa como el conocimiento de la propia emotividad desnuda. Si todos los que acceden a ella le fueran a dar el trato que merece un sentimiento noble, podría ser, pero no hay garantías, no hay garantías".
Extracto del libro Argentina, una luz de almacén, de Rafael Bielsa, comentando una charla con su hermano Marcelo, Director Técnico y ex jugador de fútbol.